dimarts, 2 d’octubre del 2007

LA INMIGRACIÓN. Revista Utopía Nº 63

¿Realmente es la inmigración un problema? La inmigración lo que hace es traer a la puerta de nuestras casas el gran problema del mundo. El gran problema de la miseria, el gran problema de la desigualdad. Nos lo pone ante nuestros ojos, nos hace verlo, tocarlo, sentirlo.

Y no es que nosotros ignoremos ese problema. Pero, cómodamente arrellanados en el sofá del salón frente a la pantalla del televisor, podemos verlo como un problema distante, algo que ocurre allá lejos, en la polvorienta sabana africana, entre tribus y etnias incivilizadas, atizado por caciques corruptos.

Algo que ciertamente lamentamos, pero que no es culpa nuestra, ni podemos arreglarlo. Incluso permite que nuestra conciencia sonría al apadrinar un niño o hacernos socios de una ONG.
Pero ahora la tele nos dice que un cayuco ha llegado, y otro y otro y otro. Como una columna de hormigas que atraviesan el camino. Muchas perecen bajo los pies de los caminantes, pero la columna sigue. Miles y miles de hormigas avanzan entre los cuerpos aplastados, pasan a través de un mar alimentado por los cadáveres de los que quedaron en el camino. Siguen y siguen y llegan a la otra orilla. Y siguen llegando. ¿Es que no van a parar nunca? ¿Es que ese hormiguero es inagotable?
¿Es que no sabemos el tamaño del hormiguero humano que se debate entre la miseria, el sida y la desesperación? ¿Es que no queremos acordarnos de cuántos millones de seres humanos están detrás de ese cayuco que ha llegado hoy a Canarias? A Canarias. Al mismo sitio adonde llegan todos los días cientos de aviones en busca del paraíso del sol, el descanso y el placer. Ahí están llegando los hambrientos. Ahora ya no basta con pasar la página del periódico o cambiar de canal para olvidarnos de ellos. Están aquí, el gran problema del mundo está aquí.
Un estremecimiento recorre nuestra sociedad: ¿Qué va a pasar? ¿Vienen amenazando nuestro bienestar? ¿Vienen a quitarnos el trabajo? ¿Vienen a delinquir, a quitarnos el dinero? ¿Vienen a quitarnos los puestos escolares y las viviendas de protección oficial? Lo que los inmigrantes vienen a quitarnos son las máscaras. Esa inmensa multitud que llama a nuestras puertas y choca contra nuestros muros vienen a romper la gran mentira del sistema capitalista que habla de derechos humanos, cuando en el mundo de hoy lo único que cuenta son los derechos del capital. A derribar el mito del desarrollo, cuando media humanidad se hunde cada vez más en arenas movedizas. A romper la mentira extendida como toldo protector bajo el cual transcurre nuestra vida cómoda. A poner al descubierto nuestros arraigados egoísmos personales y de grupo.
Por supuesto que el sistema no se resigna a estar sin máscara, pero ¿cuál puede ponerse? Malo es que en el sistema capitalista el trabajo no sea más que una mercancía, pero entonces ¿por qué esa mercancía no puede pasar las fronteras como pasan las mercancías de los países ricos? ¿Qué razones pueden dar para justificar su descarado desprecio de los derechos humanos? Ciertamente en el campo de las justificaciones racionales lo tiene muy difícil y entonces recurre al campo de lo irracional, de las emociones más bajas y egoístas, al miedo, a los viejos demonios de un nacionalismo mezquino, incluso a la manipulación de una religiosidad fanática.
Ahí estamos. ¿Nos vamos a refugiar en la unidad de cuidados paliativos, atendiendo a los inmigrantes que ya han llegado, pero dejando que la muerte avance? ¿Vamos a seguir viviendo cómodamente con nuestros egoísmos cubiertos con las máscaras?